A 180 km Por Hora De 15 Pisos Del Suelo
En esta oportunidad, un cuento sobre cine, depresión y auto redención
Interrumpo la programación habitual para traerles algo de ficción. Es posible que sea borrado más tarde.
Era el verano del 2020 en Barcelona. Caí medio de la nada en una fiesta a la cual no quería ir, empujade por una amiga que ya no es amiga que insistía en que me iba a hacer bien a mi depresión. No salir de casa por meses y de repente estar en una fiesta llena de gente que no conocía, en realidad, me estaba haciendo bastante mierda. Ansiedad a pleno, sin saber qué decir o diciendo pelotucedes, decidí alejarme un rato del tumulto y salí a fumar a esa terraza hermosa que tenía ese piso en plena Barceloneta.
Era un piso 15 y desde la terraza podía ver hacia la calle repleta de joda por todos lados, los típicos vendedores de birra persiguiendo turistas, catalanes en pedo peleándose gritando bolucedes y mucho ruido. Esa terraza tenía algo bueno, además de la distancia entre el suelo y yo, la cual se tornaba cada vez más tentadora de probar. ¿Cuánto tardaría mi cuerpo en llegar abajo? Pero además esa terraza, por alguna razón estaba vacía. Supongo que debía ser la merca que estaba en el living y que nadie en la fiesta fumaba tabaco, solo porro y el porro estaba permitido dentro, el tabaco no. Cualquiera, pero mejor para mi. Terraza vacía, 15 pisos de distancia entre una excelente idea y yo.
Me armé el cigarrillo mirando hacia abajo. Las luces de la Barceloneta cegadoras, insoportables, el ruido, la molestia de la gente, todo sumaba a la excelente idea. Estaba tan ensoñade con esa idea que nunca me di cuenta de que no estaba sole. La terraza, al final, no estaba vacía. Admito que ni miré cuando salí, solo me aseguré de no escuchar charla, estaba cansado de la charla, del murmullo, de la gente.
Terminé de armar el cigarrillo y me lo puse en la boca cuando escuché una voz a mi lado. Podría decir que me sorprendí, que me sobresalte, pero en realidad no la escuché, estaba enceguecide por esos 15 hermosos pisos de distancia. Fue a la tercera, creo, tercera vez que habló que me percate de que estaba ahí. ¿Te puedo pedir uno? Me dijo en inglés. Un cigarrillo quería. Pensé si había estado ahí en esa terraza esperando a que algún fumador apareciera mágicamente a darle tabaco y desde cuándo, tal vez desde hace años, esperando ahí por un tabaco de mierda porque todo lo que había en ese piso eran drogas, otras drogas, las que te matan un poco más rápido que el tabaco. Ni idea hacía cuanto estaba, pero a la tercera vez que me habló, reaccioné. Será que su voz grave, masculinamente intensa, no podía traspasar mis oídos y debía ser reiterada varias veces para que le de mi atención, tal vez por todo el cansancio que venía acumulando con estas cosas de la masculinidad. Pero a la tercera venció, la tercera voz.
Saqué la mirada de la calle y junté esa voz con una cara, un cuerpo, que ante todo lo primero que pensé fue otra vez un tipo cagandome el momento, y un tipo de esos bien armado, con un cuerpo y una cara hegemónicos del orto. Lo odié automáticamente porque sí, porque odiar era divertido y fácil hacia esos cuerpos. Al pedirme el tabaco por tercera vez y encima en inglés, él estaba, sin saberlo, acercándome cada vez más a mi idea de los 15 pisos. Sin embargo, no hice nada, le dije que si, en ingles, y le mostré mi tabaquera y le pregunté si de liar le venía bien.
Ahí pasó algo medio raro. Me sonrió y me dijo al fin alguien que no fuma mierda. Esa sonrisa fue rara, como si la hubiera estado guardando por años, tal vez los mismos años que estuvo esperando en esa terraza, tal vez la espera y la concertación del deseo por un tabaco que no sea una mierda generó esa sonrisa. Pero era rara, extraña, no era una sonrisa de alguien feliz por algo, tampoco era una sonrisa de sorpresa o de relajación. No tenía idea de qué mierda era esa sonrisa, me estaba comiendo la cabeza, cómo puede sonreír alguien así, sin sentido, una sonrisa sin sentido, no lo podía entender. Me quedé sin palabras analizando esa sonrisa en mi cabeza sin parar mientras él agarró mi tabaquera y se puso a armar uno y me preguntó si hablaba inglés, a partir de ahora, todo en ingles. Sí le digo. ¿Si hablo ingles? Una de las pocas cosas de las que estoy orgulloso es de mi inglés, la puta que te pario. No le dije eso, pero lo pensé, estaba enojade con la pregunta, él debería saber que yo hablaba inglés, y esa sonrisa de mierda seguía ahí.
Mientras mi cabeza seguía dando vueltas en pelotudeces como la sonrisa, el empezó un monólogo. Al parecer estaba ahí por obligación. Su manager lo llevó a esa fiesta con fines de trabajo y en realidad era para drogarse tranquilo en Barcelona. Nadie hablaba inglés y él no hablaba una mierda de castellano. Encontrarse conmigo le salvó la noche. Mentira, no dijo eso, lo inventé, pero estoy seguro que lo pensó. Su manager, pensé mientras seguía hablando. ¿Era un actor? Ni idea, no lo reconocía de nada, músico, algo así, artista, que se yo. No me sonaba de nada. Lo interrumpí, necesitaba saber quien mierda era, si era alguien. ¿Manager? Le pregunté. No me respondió, sino que me tiró una repregunta, si quería irme de ahí con él. Lo más cliché del mundo que pasa solo en las películas, lo cual en realidad no lo hace cliché porque esto no es una película, ¿no? Analicemos la paradoja de los clichés, algún día. Ni idea. Ante la pregunta solo había dos opciones en mi cabeza. Eran los 15 pisos de distancia o la sonrisa, en realidad, no la sonrisa, sino encontrar la razón de esa sonrisa, más bien, entender qué tipo de sonrisa de mierda era. Me estaba volviendo loque y le dije que sí.
Nos fuimos sin que nadie se diera cuenta, no fue muy difícil. Mientras el ascensor bajaba los 15 pisos me decepcioné, perdí la oportunidad pensaba, otra vez, siempre perdiendo oportunidades. Nunca se me pasó por la cabeza que irme con él era otra oportunidad, no, ni a palos. En la mitad, más o menos de la bajada del ascensor me preguntó si sabía manejar y si me gustaban los autos, las dos cosas en la misma pregunta. Que se yo, pensé, que mierda quiere este. Le dije que sí a las dos cosas. Creo que no me estaba dando cuenta de que lo único que le estaba diciendo era que sí a todo. Y ahí otra vez, otra maldita vez, esa sonrisa del orto, insoportable. Necesitaba urgentemente que parara de sonreír. Basta. Con la sonrisa solo la acompañó con un “good”. Salimos a la calle y lo primero que hice fue armar otro cigarrillo y de manera automática pasarle el tabaco a él. Me lo devolvio y me dijo que no lo prenda todavía mientras me señalaba un auto estacionado en la puerta del piso. No entiendo nada de autos, así que no se si lo que tenía era increíble o una porquería, porque parecía increíble, como sacado de una película de rápido y furioso.
Entramos al auto y adentro era todo un universo completamente distinto de cualquier auto. La palanca de cambios, los asientos, el volante, el estéreo, incluso las manijas de la puerta, no tenían nada que ver con un auto común. Una vez sentados me mira y me responde, recién ahí, a la pregunta por su manager. Soy un consultor, me dijo. ¿De que? Pregunté sin siquiera comprender lo obvio. De autos, respondió, de carreras y de calle. No dijo de calle, yo escuché de calle. Dijo de carreras callejeras que, si lo piensan en inglés, tiene sentido mi confusión. Consultor de autos y carreras callejeras, mierda que hay mercado para todo pensé. Quién carajo va a necesitar un consultor de carreras… Y solita se me vino la respuesta, la cual estaba dentro de lo mas lindo del mundo, el cine. ¿Rápido y furioso? le pregunté. Y otra vez, otra maldita vez, esa sonrisa. Sin decir palabras y con esa sonrisa que ya me tenia las pelotas por el piso, arrancó el motor y puso primera.
Creo que nunca escuche un ruido como ese en mi vida, no lo entendía, no se de que era, de donde venía, como podía existir un sonido completamente nuevo en mi cabeza y al mismo tiempo totalmente horrible. Era horrible. El sonido de ese auto con ese motor, era definitivamente, lo más horrible que había escuchado en mi vida. Sin ningún sentido, y para nada a voluntad, ese horrible ruido me trajo una calma y una relajación como nunca en mi vida. No entendía nada, algo horrible me estaba dando lo que ninguna pastilla me había podido dar, ninguna meditación, ninguna hierba mágica, ninguna amistad, amor, garche, lo que sea, me había dado. Y él lo sabía, lo supo al ver mi como mi cuerpo se ajustaba al asiento como si hubiera nacido pegado a él y el sonido del motor vibrando en mis músculos como una entidad propia abarcando todos los sentidos. Me miró, puso el pie en el acelerador y me dijo ahora sí podes prender el cigarrillo, pero sostenelo fuerte. Yo, completamente entumecide, solo pude asentir con la cabeza mientras llevaba el cigarrillo a mi boca. Su respuesta a eso fue un arranque tan oxidado, lleno de aceite, con pelusas, tierra y moscas que dejó detrás nuestro una única luz cegadora que pareció arrebatar la calle y desfigurarla a su placer. En menos de 10 segundos estábamos a 15 cuadras de distancia de donde partimos. No me había dado cuenta de la velocidad, solo sentía ese horrible ruido y ese gusto a óxido y aceite llenando mi cuerpo, como si la velocidad no importara, si no solamente su sensación.
En tan solo 7 minutos estábamos ya en las afuera de la ciudad, pero parecía que solo hubiéramos hecho dos pasos. La cantidad de gente era indescriptible. Las luces, los colores, los olores y ese sonido horrible multiplicado por cien. Me encontré así nomás en medio de una puesta de carreras callejeras. No entendía nada, otra vez, no sabía qué quería este tipo ni qué mundo era en el que acababa de entrar. El cine, como siempre, trajo la respuesta. Era idéntico, hasta en el más mínimo detalle, a las carreras de las películas de rápido y furioso, con la única diferencia de que acá no había una sola mujer en culo bailando y mostrando la tetas, el mundo de hombres, machos, que saben de autos, un mundo no de minitas, era propio de las películas al parecer, las mujeres que había acá no eran groupies, eran corredoras también, en iguales números y condiciones. Pero este texto está tan mal escrito que tal vez no fue exactamente así y quería meter algún tipo de realidad en donde la igualdad de género existe. Parecía un recital de música, pero en vez de músicos había autos. Creo que había música, pero era imposible saberlo, porque ese sonido horrible retumbaba dejando cero lugar a nada más. Me encontraba dentro de un auto con el consultor de carreras de una las franquicias más taquilleras de la historia del cine y afuera con una realidad que hasta entonces sólo pensé que existía en una pantalla.
Nunca salimos del auto. Al llegar lo primero que hizo fue ir directo a la zona de salida, a la carrera, a la línea. Supuse que todo el mundo lo debería conocer. Consultor de rápido y furioso, debería ser alguien famoso dentro de este mundo, pero nadie se le acercó a saludarlo, ni siquiera le prestaban atención. La gente que estaba afuera, los observantes, solo miraban el auto, recorrían todo su chasis como si estuvieran mirando su película porno favorita. Y como si me hubiera leído la mente, se giró hacia mí y me dijo que la única diferencia entre las películas y la realidad, es que en la realidad no hay nombres, no hay Dominic Toretto, no hay Vin Diesel, solo hay autos. En realidad, no dijo autos, dijo como 20 marcas o modelos distintos que nunca había escuchado en mi vida y que no se quedaron ni un segundo en mi cabeza.
Miré hacia fuera, estábamos ya detenidos sobre la línea de partida. Le pregunté si iba a correr, bien estúpida la pregunta. Me respondió vamos… si queres. No tengo idea porque dije que sí, porque ni siquiera había entendido la pregunta. No entendí si quería que yo corriera contra él o si íbamos a correr en el mismo auto. Ese segundo de diferencia tratando de encontrar esa respuesta cambió todo, absolutamente todo. Antes de darme cuenta ya estábamos 30 segundos dentro en la carrera. Ese sonido, ese olor, ese aceite, ese óxido, ya estaba acostumbrado en mi cuerpo, era todo un asco, una mezcla de grasa y transpiración con velocidad y ruido atornillante. Parecía una película porno de los 70s sin ningún tipo de higienización y nadie sabiendo el nombre de la otra persona. Pero mientras él corría, yo sentía toda esa asquerosidad, esa inmundicia que me hacía vivir y descalibraba mi cuerpo como nunca jamás.
Metió un cambio, aceleró, miró hacia su izquierda como lo pasó volando al auto que solía estar delante suyo y luego me miró a mi y me dijo que una cosa que sí es cierta de las películas, es esto. Me señaló con la cabeza para que me acercara a su asiento. Miré el tablero y vi que estamos yendo a 180 km por hora. Nunca me di cuenta y es ahí donde caigo. Si esto sale mal, me muero. Y es ahí donde caigo otra vez y pienso bien, no estaría nada mal. La idea de los 15 pisos reemplazada por los 180 km por hora y una sonrisa que todavía seguía sin entender. Pero no era eso lo que me quería mostrar. Giré la cabeza y vi un botoncito rojo en el volante, no hacía falta decir más. Levanté la mirada con los ojos tan abiertos y estupefactos que parecía apunto de llorar y en el exacto momento en que él presionó el botón y el auto se convirtió en un cohete a la luna subiendo de 180 a ni idea cuanto más. Él sonrió, otra vez, por enésima vez, me dio un beso en la boca llena de esa grasa y óxido que ya eran tanto parte mía, suya y del auto que no se si podría identificar a cada cuerpo individualmente. Volvió a mirar hacia adelante, ganando la carrera. Y yo finalmente entendí su sonrisa.
Se te da muy bien la (auto)ficción, me ha atrapado tu estilo 💜